Cuando nace en tu interior, el flamenco se transforma en un pequeño ser dentro de la persona que lo baila, y cobra vida propia. Es un duendecillo que amplifica las emociones y las ayuda a fluir desde lo más profundo de nuestra esencia.
Es con un abrir y cerrar de ojos, con una mirada, con una respiración... con todos estos pequeños detalles se baila el Flamenco.
Incluso en el movimiento, las fuerzas opuestas se notan presentes, y en la parada se siente el movimiento.
El desgarro y la sensibilidad se manejan en paralelo; es decir, cuando se baila, se canta o se toca...hay un momento en el que sientes tanta energía, que parece (y en verdad pasa) que sientes como si tu cuerpo se desgarrara. Y se da el momento opuesto: uno de gran sensibilidad en el que lo que sientes de tu cuerpo es una gran fragilidad).
Es entonces, cuando se sienten estas cosas, cuando el Flamenco se convierte en un adjetivo amplio: rancio, puro, libre, doloroso, alegre, sensual, seco, armonioso, poderoso, extenso, profundo, hipnotizador, fuerte, sensible, loco, limpio, resistente, festero, serio, cien por cien emocional.
El trance es la plenitud del sentir donde te encuentras con el Duende.